El criminal reclama su inclusión en la racionalidad, su derecho a saldar sus cuentas, su derecho a ser castigado, el autor intelectual de prácticamente todas las masacres de la historia de la humanidad, el gran justificador de todos los asesinatos, las mortuosidades y de las vidas moribundas reclama que se lo trate con racionalidad, que se le de existencia y que de una vez por todas se lo siente al banquillo, así se encuentra a la deriva reclamando su castigo, el Verbo que no es más que aquello que idealiza la disciplina, la obediencia y el examen de conciencia dentro de cada obediente mensajero, esos mensajeros de Dios, se niegan a sí mismos, al negarse a sentarse en el banquillo, y tarde o temprano, entre banquetes y perfumes floreados, en su neurótica orden estará escrito nuestro nombre de hereje, estos grandes tejedores de teorías conspirativas y de discursos etnocéntricos, desde el nacimiento de los primeros imperios, estos cobardes utilitaristas llamados Dios, volveran a sus disfraces de guerreros o de corderos
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