El contraste entre la plaza del pañuelazo contra genocidas y la de un año antes contra la censura, mucho más pequeña, es el tamaño del desinterés de la sociedad por la verdad empírica de las cosas esa verdad que siempre es aproximable y así aunque solo sea con aproximación jamás nos movemos ni tomamos decisiones a cada instante de nuestra vida cotidiana sin estar sujetos a ella, y aunque para los alienados patriarcalistas no haya asociación ya que para ellos no existe tal verdad empírica de las cosas, ni su aproximación, aunque hay acá una fe de la mala fe pues en el fondo no dejan de reconocer su existencia ya que como mencioné antes nadie deja de basar sus decisiones, hasta la más ínfima, en su experiencia empírica, de modo que en el fondo reconocen que lo cierto es que la una es consecuencia de la otra, es decir, cuando la verdad no interesa, con el tiempo se hace evidente hasta el punto de incomodar, su existencia se torna incuestionable, y matarla, una necesidad irreversible e imperdonable a la vez. Los genocidas lejos de la creencia popular no son extraterrestres ni surgen de debajo de las baldosas, son vecinos sicarios contratados para "acallar" verdades cuando gritan demasiado, cuando se las ignora acallando su voz pública. Todo comienza mirando para el costado, hasta que no queda otra que contratar a un sicario para tapar la propia complicidad. Eso que hizo la clase media ayer, lo repite hoy. Valora más conquistar la gracia del poder, sea dios, padre, rey, señor, Estado, dinero, recurriendo a explicaciones infantiles de la realidad, descansando en la comodidad de dudosas teorías, que a la aproximación a la verdad empírica de las cosas. Cuando es más importante para la sociedad ganar la gracia, que darle voz pública al silencio de los inocentes, si no ve la relación directa entre mirar para el costado y la posterior necesidad de asesinar a esa verdad, es porque ha perdido su rumbo democrático, y se encamina hacia despotismos. La minúscula plaza contra la censura, fue simbólica de cierto estado de cosas
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