Cuando dos seres vivientes se vinculan, establecen una relación de
intercambio. En el transcurso de esta actividad se satisfacen deseos
empáticos y egocéntricos. Para que el intercambio deje una sensación de
completitud tiene que haber permitido vivenciar la realización de un
aporte a sí mismo y hacia ese otro con quien se intercambia. En los
extremos se manifiestan los intercambios de sometimiento y dominación,
como es el caso cuando uno de los seres se come al otro, o cuando
uno de los seres dona al otro sin retribución equivalente. De ahí que
el don sea el acto más formidable de dominación a partir del cual el
receptor del don permanece en un estado de incompletitud y sometimiento
hasta que la retribución haya sido resuelta.
Otro caso de ejercicio
poderoso de dominación es cuando un ser viviente logra hacer creer a
otro ser viviente la existencia de un don, más allá de la verosimilitud.
Es decir, hace creer a otro ser viviente que está siendo receptor de su
don, más allá de lo que sus ojos pueden decirle. Este es el caso típico
del sacerdote o el ser divino señalado como intermediador por los
dioses, es el caso de las religiones y se logra haciendo un uso
específico de una característica desarrollada por los seres vivos para
la subsistencia para seguir adelante cuando sus cálculos internos le
señalan la ausencia de posibilidades a partir de la cual solo resta
creer en lo inverosímil o dejarse morir. A esta creencia la llamamos fe y
estamos refiriéndonos a la manipulación de los seres haciendo uso de su
fe a través de las religiones.
El capitalismo no tiene otra forma
de cerrar su círculo virtuoso de explotación que con el acto de donación
puro divinizado por el cristianismo: la caridad. El cristianismo se ha
encargado d allanar el camino a los despotismos a través de la caridad y
la fe monopolizando su uso, como si la fe y la donación solo fuera
posible dentro de su culto, siendo que son actos pertenecientes a los
seres vivientes, con la diferencia de que como recién he advertido, se
trata de comportamientos atípicos para situaciones atípicas y el
cristianismo se ha encargado de normalizarlos al punto de considerarse
virtuoso aquel que las practica, evocando principios fraudulentos tales
como que "lo esencial es invisible a los ojos", contradiciendo su
sentido original, la fe, como acto desesperado de supervivencia solo
cuando el espíritu crítico nos dejaría morir, y la caridad, como acto
perverso de dominación.
Y es el mismo uso, con el camino allanado,
al que recurre el presidente votado por la mayoría de los argentinos,
cuando reemplaza derechos por donaciones o cuando reclama que le tengan
fe, porque nadie que hiciera uso de su espíritu crítico, es decir, de
sus ojos, podría aceptar que está actuando para beneficiar al pueblo. Se
trata ni más ni menos que el regreso al recurso de la normalización y
enaltecimiento del don y de la fe en reemplazo y borramiento del
intercambio solidario y del espíritu crítico.
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