En ese choque de culturas aun hoy conmemorado como “descubrimiento” Europa se encontraba en un auge de la escritura aunque más que escritura tendríamos que decir lectura sobre un fondo de mundo de enigmas palabras-cosas que había que leer. No era un mundo que había que representar escribiendo lo observable y comprobable, sino interpretar leyendo sus enigmas, un mundo entremezclado de escrituras originarias y de cosas con señales difusas, entrelazado gracias al reinado de la semejanza y de lo idéntico, el mundo enigmático de Dios a la espera de que sus semejanzas fueran descubiertas como éste quería que lo fuera. Pero además un alfabeto menos condicionado que el grafismo de las culturas americanas y orientales donde esas imágenes eternizan el espacio que si cambiase ya no podría ser escrito, o, si se quiere, trivial a la vez causa y efecto de este mundo que aplicaba un racionalismo mágico para leer y comentar el texto original de la obra de Dios: el universo de las cosas y de los textos antiguos. Interpretar las cosas desde la mirada moderna es tarea jurídica o de un saber asentadamente racionalista, al menos en apariencia, pero en el Renacimiento cuando Colón llega a América conocer es la libre interpretación individual desde un racionalismo mágico como el que hoy encontramos en la literatura moderna donde el lenguaje se dedica a reinventarse a sí mismo incluso sin relegarse como comentario de una escritura primera. En 1492 saber es descubrir las señales en las similitudes de un universo de lo afín y de lo idéntico, encontrar esas conveniencias, emulaciones, afinidades, analogías y simpatías entre las cosas y cuando aun no existe eso que hoy conocemos como hombre, el ser humano comienza a ser definido por trabajo en tanto producción, la labor va siendo tamizada por cierta acción hasta entonces atemporal: al asentarse el trabajo en un mundo donde conocer consiste en el uso a discreción de cierto racionalismo mágico para interpretar las semejanzas que Dios había dejado a medio esconder en las cosas, trabajar consiste en actuar, pero en la vida. Colón con su empleo de Descubridor de nuevas tierras para sus empleadores Dios y sus representantes en la Tierra: los reyes y su Papa, recibía las señales aprobatorias de Dios en cada animal, en cada planta, en cada acontecimiento, el incipiente capitalismo cristiano era una muchedumbre en un gran escenario con personajes cotidianos en busca de riquezas para darse placeres disponiendo de un alfabeto convencional que los habilitaba hacia una novedosa articulación mental, un desdoblamiento de sí mismo y duplicación individual a lo largo de la jornada de la vida diaria, se trataba de la supervivencia y de la dominación a través del personaje, un intérprete del saber que no está atado ni a la representación formal del mundo clásico que vendrá después en el SXVII ni a la racionalidad positivista y finita del siglo XIX, es un legado del cristianismo el asentamiento de este racionalismo mágico, es decir dar por racional lo mágico o mezclar lo racional y lo mágico, que se incorporaría como parte fundamental de ese invento moderno: el hombre; la actuación de lo cotidiano, la interpretación mágica en el acontecer histórico, la duplicación individual donde el mundo se convierte en una gran interpretación actoral, Occidente se había dado a la actuación en una interpretación libre en la vida cotidiana del texto de Dios gracias a un lenguaje articulado y un alfabeto convencional y la necesidad de justificar lo contradictorio: la conquista evangelizadora, el robo de riquezas para convertir al cristianismo o la conversión al cristianismo para el robo de las riquezas, pero además la interpretación individual sin ataduras del texto de Dios que es el mundo a través de un lenguaje flexible, cada uno puede interpretar a su manera el mensaje de Dios para asegurarse sus riquezas y sus placeres. El cristianismo predominó en el choque cultural porque se había dado a la actuación de la vida real, el ejército de personajes del homo-actor en un mundo incapaz de desdoblarse.
El racionalismo mágico pasó en la modernidad del SXIX de la religión a las antropologías o lo que llamamos ciencias humanas que un siglo después con sus consabidos fracasos, masacres y miserias por su pretensión de matematizarse disponiendo del lenguaje formal de la lógico-matemática y de la representación formal de la física solo posible en la economía, la biología y la filología y reconociendo la inconveniencia de su cuantificación y su modo distinto, pero no inferior, de saber interpretativo con la posibilidad de jugar con los conocimientos de la economía, la biología y la filología, y más allá del saber cualitativo surge la interpretación de un objeto de saber que será el objeto propio de la modernidad que nos alcanza: lo impensado, objeto del psicoanálisis y de la etnología, suerte de contra-ciencias de las antropologías, interpretando lo nopensado de las mismas, esta era en la que se ha inventado tal cosa llamada hombre es también la era del estudio de lo impensado.
Esto no significa que el racionalismo mágico haya sido relegado a un rincón oscuro en el espacio del saber, sus mecanismos se escurren permanentemente entre las grietas de las antropologías, en los límites que impone el estado del arte tecnológico, lo vemos en el intento del establecimiento de una psicología clínica y su persistencia tardía en regiones donde el disciplinamiento religioso sigue siendo importante como en África, América Latina o centro de Estados Unidos, preservándose en círculos del saber esotéricos y quiméricos sostenidos por Estados racionalistas en las formas, pero religiosos en el contenido, herencia inquisitorial para interpretar el universo de Dios en aspectos como responsabilidad, culpabilidad, sexualidad, crianza y educación, puntos neurálgicos para asegurar cierta normalización.
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