Utopías totalitarias, nacionalismo y maltrato infantil

El precio a pagar por vivir en una región dominada por el racismo acomplejado de insalvables sentimientos de inferioridad criado en una ética de la castración, es perseverar en el absurdo, tonto y peligroso nacionalismo importado de aquella atrasada Prusia hegeliana de Guillermo Federico, donde un estafador intelectual, Hegel, agente del poder oficial prusiano, racista, totalitarista, heracliteano-platónico-aristotélico sin aportar una coma de conocimiento verdadero ni original, tomando todo prestado y desvirtuado para su oficina estatal, recrea esa estafa a la razón que es el nacionalismo, reconocido por el estado prusiano y ese su filósofo favorito y encargado de la escuela de filosofía estatal. Es también tener que convivir con esa sed vindicativa institucionalizada localmente de nacionalismo racista y su mentira justificada por su guía filosofal traída de una región lejana en el espacio y en el tiempo llamativamente aun localmente reivindicada.
Monumento al fraude a la razón autojustificado en que la razón debe estar al servicio del poder oficial, desde una ética historicista de utopía totalitaria, inevitablemente biologicista para mantener infranqueable el muro que separa la minoritaria clase gobernante, de otra forma el muro es vulnerable como lo veía Platón en su agudo análisis sociológico de Esparta y sus dificultades para mantenerse pura frente al imperio de la democracia ateniense. El individuo solo vale para servir a la bella verdad del romántico poder y dialéctica actividad que en absurdo mayúsculo iguala verdad a realidad y lo presenta como la nueva lógica que viene a liberar la razón de los límites kantianos y del principio de no contradicción. Identidad Esencial que necesita la contradicción para actualizarse, que convive con ella, irresoluta, el fin del pensamiento, de qué vale pensar si lo que es, es la única verdad con todas sus contradiccies. Idea esencial platónica en potencia aristotélica desplegada sucesivamente en su arrojado destino hasta su desarrollo final. Lógica tan seductora para nostálgicos reaccionarios utópicos estéticos y para idealistas populares desamparados y distraidos como peligrosa, pues lo verdadero de ayer puede ser falso hoy y todo acto de hoy es verdadero hoy por el solo hecho de manifestarse en el acto del Espíritu de la Nación que es el Soberano, Guillermo Federico de Prusia, cuyo realizarse, esencialmente bueno para la raza, crea verdad mientras escribe la Historia de la Humanidad, libro abierto a la vez único juez, quién más podría juzgar al que crea la verdad en acto, incapaz de manifestarse en su Personalidad Verdadera salvo en la guerra, necesitado de un conjunto de soberanos similares con quienes realizarse, es decir guerrear, y alcanzar la verdad, es decir la victoria pues la victoria hace a la verdad que será para la raza triunfadora, nos explica Hegel y su lista de filósofos racistas y fieles seguidores.
He aquí al reaccionario moderno en su resucitado intento heracliteano y platónico de detener el cambio de la ola democrática, recurriendo al nacionalismo sin ninguna originalidad, pues la misma idea de pueblo-raza superior está en La República y Las Leyes de Platón contraponiendo griegos y bárbaros y el esencialismo de las Ideas platónicas invertidas con la visión de causa final aristotélica, la Esencia no degenera, sino que evoluciona hacia su heroico destino. Y el mismo planteo holístico de justicia, belleza, sabiduría y verdad totalizada en el Estado, lo justo es justo si es justo para el Estado, lo bueno es bueno si es bueno para el Estado, etc, el individuo puede padecer los peores infortunios si es para el bien del Estado, etc. La verdad es importante solo para el individuo, pero no para el Estado, el individuo debe respetar la verdad, no así el Estado ni su clase gobernante que precisamente son los sabios. Para Platón el filósofo era un sabio, al contrario que para su maestro Sócrates para quien un filósofo era alquien que sabía lo poco que sabía y que sabía que la única herramienta con que contaba para saber algo más era la crítica. Una teoría para los nostálgicos reaccionarios que como en la Atenas de Pericles no encontraban freno racional ante el renovado avance del hombre crítico a partir de 1789. Para peor había pasado Kant para recuperar la confianza en la razón y la libertad, por suerte ya no estaba vivo para refutar las graves distorsiones sobre su teoría que lo desfiguraron en el supuesto creador de ese Idealismo al que siempre temió y criticó, incluso sospechando lo que vendría se adelantó a desvincularse de su ex discípulo Fletcher, otro oportunista hegeliano. Posiblemente haciendo caso a la máxima “en lugar de gastar energías enfrentando los sentimientos populares, usalos en tu provecho” sumaba al movimiento reaccionario, el movimiento popular que veía desesperanzado con envidia como los acontecimientos libertarios en Francia e Inglaterra después de doce siglos de cristianismo totalitario, crecían como en la democracia de Pericles y Sócrates veinte siglos antes. Esto podría explicar el éxito de un charlatán que justificó en su estilo charlatanezco que la filosofía estuviera al servicio del poder del Estado, es decir que fuera una charlatanería, a falta de toda argumentación, de extensas explicaciones oraculares y circulares. Ni a reaccionarios ni a desesperanzados importaba la verdad, importaba la dulce, iniciática idea de ser algo, formando parte de algo mayor, importante, qué podría ser más atractivo que pasar de la nada a ser el centro de la escena en el escenario del mundo que con insoportablemente largas y rebuscadas explicaciones sinsentido argumentaba irrefutable el principal de los filósofos. La peligrosa utopía totalitarista de Platón, aristócrata desesperado descendiente del último rey griego, Critio, que plantea con mil rodeos, seguramente reconociendo inconscientemente que mentía, una supuesta justificación racional para recuperar la pureza racial con matanzas como única forma de mantener incorrupta y a salvo de las tentaciones mundanas y de la degeneración del cambio, a la clase gobernante, su clase, necesaria ésta para sostener un holismo centrado en la figura del Estado, única forma de que todos los ciudadanos reciban justicia platónica, es decir reciban lo que les corresponde de acuerdo a su clase, si es clase gobernante todos los favores necesarios para gobernar, si es clase artesana o esclavo, la seguridad de que nadie le quitará el derecho a permanecer en esa clase para siempre, teoría rescatada de entre los muertos y pintada sin disimulo con los colores de la razón y de la libertad, pero, y dando el ejemplo quizá de su propia dialéctica de los opuestos, rechazando rotundamente en su antítesis la razón y la libertad que tan positivamente habían sido presentadas en su tesis inicial. Charlatán agente de un monarca  de una región que había sido invadida por Napoleón, que había logrado algunos éxitos militares y que debía unificar, sin universidades, la primera la crea Napoleón al invadir y anexar, acomplejada frente a una Inglaterra en ese entonces reina de los mares y de la ciencia, una sociedad con necesidad de sentirse parte de algo mayor. Los intentos de libertad siempre han tenido desde Heráclito y Platón su bella reacción utópica que añora el inmóvil e incorrupto colectivismo de castas, he aquí el moderno nacionalismo racista hegeliano que reina hoy y define a los Estados Modernos, al menos en las regiones más oscuras, farsa intelectual peligrosa por su evidente objetivo como agente de un emperador, por su absurdo, su éxito y sus efectos.
He aquí cómo describe Schopenhauer este período romántico de la filosofía oracular que él llamó «edad de la deshonestidad»
«El sentido de la honestidad, ese sentido de empresa y de indagación que impregna las obras de todos los filósofos anteriores, falta aquí por completo. Cada página es testimonio de que estos pretendidos filósofos no se proponen enseñar sino hechizar al lector»
El éxito de Hegel marcó el comienzo de la «edad de la deshonestidad», como llamó Schopenhauer al período del idealismo alemán y de la «edad de la irresponsabilidad» como caracteriza K. Heiden la edad del moderno totalitarismo, primero de irresponsabilidad intelectual y más tarde como consecuencia de irresponsabilidad moral: el comienzo de una nueva edad controlada por la magia de las palabras altisonantes y el irresistible poder de la jerigonza.
El mejor testigo fue Schopenhauer, idealista platónico él mismo y conservador, si no reaccionario, pero hombre de suprema integridad al que le preocupaba la verdad ante todo. Su competencia como juez en asuntos filosóficos no puede ponerse en tela de juicio. Por lo menos, hubiera sido difícil encontrar en su tiempo quien lo superase. Schopenhauer, que tuvo el placer de conocer a Hegel personalmente y que sugirió el uso de las palabras de Shakespeare —«esa charla de locos que sólo viene de la lengua y no del cerebro»— para definir la filosofía de Hegel, trazó el siguiente cuadro, excelente en verdad, del maestro:
«Hegel, impuesto desde arriba por el poder circunstancial con carácter de Gran Filósofo oficial, era un charlatán de estrechas miras, insípido, nauseabundo e ignorante, que alcanzó el pináculo de la audacia garabateando e inventando las mistificaciones más absurdas. Toda esta tontería ha sido calificada ruidosamente de sabiduría inmortal por los secuaces mercenarios, y gustosamente aceptada como tal por todos los necios, que unieron así sus voces en un perfecto coro laudatorio como nunca antes se había escuchado. El extenso campo de influencia espiritual con que Hegel fue dotado por aquellos que se hallaban en el poder, le permitió llevar a cabo la corrupción intelectual de toda una generación».
Así describe Schopenhauer el juego político del hegelianismo: «La filosofía, jerarquizada nuevamente por Kant… no tardó en convertirse en una herramienta al servicio de toda clase de intereses: por arriba, los intereses estatales, y por debajo, los intereses personales… Las fuerzas impulsoras de este movimiento no son, en oposición a todos estos aires y afirmaciones solemnes, ideales, sino que vienen a llenar fines perfectamente concretos, esto es, personales, oficiales, clericales, políticos, etc.; en suma: toda suerte de intereses materiales… Los intereses partidarios agitan vehementemente las plumas de innumerables amantes puros de la sabiduría… Por cierto que es la verdad lo que menos les preocupa… La filosofía es desvirtuada por parte del Estado, porque se la utiliza como herramienta, y por la otra, porque se la emplea para obtener provecho… ¿Quién puede creer realmente que de este modo salga alguna vez a la luz la verdad, aunque no sea más que como subproducto?… Los gobiernos convierten la filosofía en un medio para servir los intereses estatales y las personas hacen de ella una mercancía..».. 
«La filosofía es desvirtuada, por parte del Estado, porque la utiliza como herramienta, y por la otra, porque se la emplea para obtener provecho personal. ¿Quién puede creer realmente que de este modo salga alguna vez a la luz la verdad, aunque no sea más que como subproducto?».
Y finalmente el consejo de Schopenhauer al preceptor dehonesto «Si alguna vez os proponéis abotagar el ingenio de un joven y anular su cerebro para cualquier tipo de pensamiento, entonces no podríais hacer nada mejor que darle a leer a Hegel. En efecto, estos monstruosos cúmulos de palabras que se anulan y contradicen entre sí hacen atormentarse a la mente, que procura vanamente encontrarles algún sentido, hasta que finalmente se rinde de puro exhausta. De este modo, queda tan acabadamente destruida toda facultad de pensar que el joven termina por tomar por verdad profunda una verbosidad vacía y hueca. El tutor que tema que su pupilo se torne demasiado inteligente para sus proyectos, podría, pues, evitar esta desgracia, sugiriéndole inocentemente la lectura de Hegel».
Y para no ser menos, el buen alumno Heidegger escribía en 1933 «La Voluntad de Esencia de la Universidad alemana es una Voluntad de Ciencia; es una Voluntad de misión histórico-espiritual de la Nación Alemana, como Nación que se experimenta a sí misma en su Estado. La Ciencia y el Destino Germano deben alcanzar el Poder, especialmente en la Voluntad esencial»
El intento infructuoso de Platón practicado en sus monarquías amigas de mentir para ponerle un freno a la razón crítica, esta vez logrado. El descomunal esfuerzo kantiano de recuperarla de las extremos especulativos y su colosal trabajo para asentarla en terreno firme, aplastado.
Un agencia estatal de filosofía con licencia para mentir que inventa el nacionalismo, o más bien lo rescata de los cajones platónicos, Hegel y el idealismo alemán, al poner la razón al servicio del poder y sus intereses personales, la destruyeron. Así fue que quedó confinada prácticamente al dominio de la Física.

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